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Es inconcebible que pueda lograrse paz duradera alguna en este planeta sin resolver loa complejos problemas del desarrollo social y económico que afligen a las sociedades contemporáneas. La interconexión de las vidas humanas en los planos físico y psicológico — consecuencia de una compleja red mundial de comunicaciones y transporte — es tal que sería inconcebible considerar la paz como una condición caracterizada simplemente por la ausencia a escala mundial de conflictos, cuando millones de personas mueren anualmente de hambre, enfermedad y pobreza. Mucho se ha dicho y escrito acerca del desarrollo, de la manera adecuada de lograrlo, si desde abajo hacia arriba, comenzando desde las raíces, haciendo que todos participen en el proceso de construcción de una calidad satisfactoria de vida. Generalmente se concuerda hoy en día en que el desarrollo debe contar con la participación de quienes sufren de inadecuada alimentación, agua, saneamiento, vivienda, etc., en la decisión y la acción, y si no se sacrificará tanto la validez como el grado de éxito de cualquier programa de desarrollo. La Comunidad Internacional Bahá’í dio a conocer a la Comisión de Derechos Humanos en el cuadragésimo periodo de sesiones, en 1984, su opinión acerca del papel del desarrollo en el logro de una sociedad mundial en una declaración que formuló acerca del «Derecho al Desarrollo»: «La visión bahá’í es la creación última de una civilización mundial, una mancomunidad mundial que unirá a todas las naciones como miembros autónomos y que salvaguardará la libertad y la iniciativa personal de los individuos que la compongan, dentro de un orden justo y equitativo. Se concibe el desarrollo como un proceso dual, individual y social, que se refuerzan mutuamente, en el que la sociedad, moldeada por sus ciudadanos, actúa a su vez sobre el carácter del individuo de tal manera que se facilita la realización de su potencial». Sin embargo, la calidad de vida del individuo requiere en nuestra opinión mucho más que la satisfacción de las necesidades materiales. Debe tomarse en cuenta todo el propósito de la vida de un individuo para liberarlo tanto de las necesidades internas como de las externas. Sólo entonces puede considerarse que la gente viva en condiciones de paz. Si mañana tuviéramos condiciones de falta de guerra (no una verdadera paz, sino la ausencia de guerra), con desarme general y completo, liberando miles de millones de dólares para su uso en el desarrollo económico y social, persistiría aún la cuestión de qué cambios económicos y sociales servirían mejor las aspiraciones de los seres humanos de crear condiciones de paz personal y social que puedan evolucionar hasta constituir una civilización planetaria rica en oportunidades para el continuo desarrollo creativo de la personalidad humana y de las estructuras sociales, económicas y políticos. Ya que, en nuestra opinión, como se cita en los Escritos Bahá’ís, «la religión es verdaderamente el principal instrumento para el establecimiento del orden en el mundo y de la tranquilidad entre sus pueblos», hay desde luego en la búsqueda de la paz y de la comprensión de su interrelación con el desarrollo, la necesidad de reconsiderar, sin los prejuicios que inspire una sociedad secular, la naturaleza de la religión y de los valores religiosos. La Comunidad Internacional Bahá’í señaló en una declaración formulada ante la Comisión de Desarrollo Social hace varios años (E/CN.5/NGO/117, del 3 de enero de 1975): Estimemos que el desarrollo efectivo dependerá de los valores morales y espirituales que comienzan con el individuo y se extienden a la sociedad. Incluso una somera observación permite apreciar que el egoísmo, la codicia, la deshonestidad, el odio y la injusticia, en los planos individual y social, son el reverso de lo que se necesita para producir la unidad y la comprensión, sin las cuales no puede lograrse progreso alguno. Podrá parecer un clisé el afirmar que el amor, la justicia, la integridad, la honestidad y otros valores tradicionales morales y espirituales son indispensables en nuestro mundo preponderantemente profano para producir con éxito los cambios necesarios para la integración personal y social en la compleja vida de este planeta. Pero hemos vista que cuando se orientan hacia una vida de comunidad guiada por un orden administrativo que fomenta el reflejo de esas cualidades en las relaciones sociales, como sucede en las comunidades bahá’ís, el resultado es sumamente saludable. Además, en la experiencia y comprensión de la Comunidad Mundial Bahá’í, el desarrollo exitoso, como requisito previo del establecimiento de la paz mundial y el crecimiento de una sociedad mundial que propicie y proteja el bienestar de toda la humanidad, debe centrarse en la comprensión de que cada persona es inseparable del cuerpo total de la humanidad. Esta interrelación humana debe expresarse en consecuencia en una vida de acción dedicada a la construcción de una sociedad mundial en la que se satisfarán no sólo las necesidades económicas y sociales de la raza humana, sino, además, sus aspiraciones espirituales, morales y culturales. Indudablemente la paz y el desarrollo son la responsabilidad de toda la humanidad. Como lo expresan los Escritos Bahá’ís: «Grande es la estación del hombre. Grandes deben ser también sus empresas para la rehabilitación del mundo y el bienestar de las naciones. Si el hombre reconociera la grandeza de su estación y lo elevado de su destino no manifestaría otra cosa que buen carácter, acciones puras y una conducta decorosa y digna de alabanza». Y, además, «... el honor y la distinción del individuo consisten en lo siguiente, que el de todas las multitudes del mundo llegue a ser fuente de bien social. ¿Es concebible mayor honor que éste, que un individuo, mirando dentro de sí mismo, halle que al confirmar la gracia de Dios ha llegado a ser la causa de la paz y el bienestar, de la felicidad y de ventaja para sus congéneres? …Cuán excelente, cuán honorable es el hombre si se levanta para asumir sus responsabilidades…Suprema felicidad es la del hombre …espolea el corcel de las empresas elevadas en la arena de la civilización y la justicia». A medida que se reconsidera la religión en nuestra época, se verá que en los Escritos Sagrados puede hallarse la clave de la educación y el desarrollo humano fundamentales, los conocimientos y los valores que a lo largo de la historia han aclarado el objetivo central del ser humano — reconocer y adorar a Dios y llevar adelante una civilización en constante progreso — y revelado la verdadera identidad de la persona como agente que expresa, a través de su relación con el Creador, una actitud de amor y servicio a la humanidad en su conjunto. De esta manera la religión, en armonía con la ciencia, puede brindar a cada ser humano la oportunidad de desempeñar su parte en propiciar el desarrollo y la paz en el planeta. Libre del dogma, la superstición y otros obstáculos inventados por el hombre, puede verse a la religión en armonía con la ciencia, no incompatible con ella. La Comunidad Internacional Bahá’í expresó este argumento en la declaración que formuló ante la Comisión de Desarrollo Social anteriormente mencionada: «Dado que el desarrollo económico y social depende de la plena aplicación de los recursos de la ciencia y la tecnología a la solución de los urgentes problemas de la alimentación, la población, el medio ambiente, etc., parece indispensable, para conseguir la participación de las mesas, que armonicemos la ciencia y la religión, mediante la comprensión de su naturaleza básica como aspectos de una realidad: la primera interesada en la existencia física de la humanidad y la segunda en los valores que tradicionalmente han dada a la vida el significado que tiene. En nuestra experiencia, a menos que se comprenda y se establezca claramente en la conciencia individual y social la unidad básica de la ciencia y la religión, no es fácil desarraigar costumbres y tradiciones anticuadas que impiden la aceptación sin reserves de valiosos adelantos de la ciencia y la tecnología». Como conclusión, recomendamos que la Secretaría del AIP estimule durante el Año Internacional de la Paz una reevaluación del verdadero carácter de la religión como reserva de orientación para la conducta humana y dirección hacia la unidad en la vida contemporánea. Es nuestra convicción que la religión aporta el elemento esencial de humanidad para fundamentar las contribuciones que la ciencia y la tecnología puedan hacer al desarrollo económico y social y, a su vez, a la paz. En un mundo en que el conflicto ha resultado ser inútil como solución de los problemas humanos, en que ha cesado la viabilidad de la guerra, la única respuesta consiste en volver a descubrir un proceso en el que la felicidad de toda la raza humana — en contraposición a aquella de un determinado segmento de la humanidad, sin importar sobre qué base ésta se seleccione — puede procurarse y alcanzarse. En esta empresa la religión y la ciencia deben trabajar unidas.
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