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Preparación Para Vivir En Paz, Laby Bahá'í International Community1985-02original written in English.
El título de la sección de hoy del Seminario sobre la «Preparación para Vivir en Paz» bien podría tener dos significados diferentes: (1) los pasos que el individuo y la sociedad deben tomar para lograr condiciones en el planeta para la vida en plena paz; o (2) la transformación que la raza humana debe lograr para ser digna de participar en la vida de un planeta en que predomine la paz, la guerra haya sido eliminada de una vez por todas y se desarrolle gradualmente una rica civilización mundial. La Comunidad Internacional Bahá’í desearía sugerir que los mismos cambios de actitudes, valores, patrones de conducta y actitudes mentales de parte del individuo y la sociedad habrán de ocurrir, (1) en primer lugar, en el proceso de lograr la unidad en el planeta, unidad que tenga en cuenta toda la diversidad de los orígenes y aspiraciones humanas, y luego, (2) en llevar esta unidad incluso más allá de condiciones de paz mundial, de manera que el pleno potencial de la rica herencia humana pueda expresarse como una contribución a la vida en la Tierra. Enfrentamos el Año Internacional de la Paz con una clara comprensión — desde luego, en esta sala — de que este planeta Tierra es un mundo en que la raza humana es un pueblo. Ya en el primer cuarto de este siglo, `Abdu’l-Bahá, hijo de Bahá’u’lláh, el Fundador de la Fe Bahá’í, vio claramente esta verdad al discutir los siete tipos de unidad que era necesario lograr antes de que los seres humanos pudieran alcanzar la felicidad. Vio como una diferencia fundamental el hecho de que, en Sus palabras: «En ciclos pasados, aunque se estableció la armonía, debido a la ausencia de medios no pudo lograrse la unidad de toda la humanidad. Los continentes siguieron muy separados e incluso entre los pueblos de uno y el mismo continente eran casi imposibles la asociación y el intercambio de ideas. En consecuencia, el intercambio, la compresión y la unidad entre todos los pueblos y comunidades de la Tierra eran inalcanzables.» Por el contrario, percibió que, ya a comienzos de este siglo, mediante la revolución en las comunicaciones, los continentes eran ahora uno, y «los miembros de la familia humana, ya fueran pueblos o gobiernos, ciudades o aldeas», habían pasado a ser cada vez más interdependientes. Vio, además, lo que hoy día damos por descontado, que «Ya no es posible la autosuficiencia para nadie, en cuanto los lazos políticos que unen a todos los pueblos y naciones, y los lazos del comercio y la industria, de la agricultura y la educación, se fortalecen cada día. De ahí que la unidad de toda la humanidad se pueda lograr en este día.» Si no obedecemos una ley física debemos sufrir las consecuencias. Lo mismo ocurre si desconocemos o rechazamos una ley espiritual. En consecuencia, hoy en día, en la opinión de los bahá’ís, no podemos ir en contra de la ley espiritual de la unidad como fundamento y característica de esta era. Refiriéndose a este siglo, `Abdu’l-Bahá observó que « ... las mentes se han desarrollado, las percepciones han llegado a ser más agudas, las ciencias y las artes se encuentran difundidas y existe la capacidad para la proclamación y promulgación de la unidad auténtica y última de la humanidad que producirá resultados maravillosos. Reconciliará a todas las religiones, hará que las naciones en guerra sean amantes, hará que los reyes hostiles sean amigos y traerá la paz y la felicidad al mundo humano.» Debería resultar alentador ver en qué medida las Naciones Unidas, en sus casi 40 años de existencia, han trabajado permanentemente en pro de los siete tipos de unidad mencionados por `Abdu’l-Bahá a comienzos de este siglo: unidad en el ámbito político, unidad de pensamiento en las actividades mundiales, unidad en libertad, unidad en la religión, unidad de las naciones, unidad de las razas y unidad de idioma. Nosotros, que trabajamos especialmente con las Naciones Unidas, podemos ver, por ejemplo, que en la labor de las Naciones Unidas gradualmente — muy vacilantemente — está evolucionando la unidad en el ámbito político. Con los ideales incorporados en la Carta, las Naciones Unidas están preocupadas por el bienestar de la humanidad. Como sabemos, es un foro para lograr acuerdos políticos entre las naciones, por superficiales que ellos sean, lo que permite que las Naciones Unidas tomen medidas graduales — de carácter mundial — para resolver los principales problemas mundiales del medio ambiente, la alimentación, la salud, la población, el uso indebido de estupefacientes, los derechos humanos, etc. Se suele decir que las Naciones Unidas son un lugar en el que bien se podrán prevenir las guerras grandes y mantener localizadas las conflagraciones reducidas, a veces resolviéndolas rápidamente. Es muy evidente que el grado de éxito de las Naciones Unidas en esta esfera del mantenimiento de la paz, depende, desde luego, totalmente de la voluntad política de las naciones que componen esta vasta asociación de casi todos los países independientes del planeta. En cuanto a la «unidad de pensamiento en las actividades mundiales», desde luego puede verse muy ampliamente en las Naciones Unidas, en la que, durante casi 40 años, muchos de los mejores cerebros del mundo han mancomunado sus conocimientos para servir a la humanidad, permitiendo que las Naciones Unidas sean un medio eficaz de aprovechar los recursos de las naciones miembros para mejorar las condiciones sociales y económicas del mundo. Como sabemos, ningún problema que preocupe a la humanidad es demasiado pequeño para escapar a la atención de las Naciones Unidas ni para que las Naciones Unidas inicien medidas para tratar de resolverlo. En cuanto al tercer tipo de unidad, la «unidad en libertad», también en este caso las medidas adoptadas por las Naciones Unidas para fomentar el proceso de descolonización nos han dado un mundo compuesto casi exclusivamente por naciones independientes. Más de 100 naciones se han unido a las Naciones Unidas desde 1945, la mayoría de ellas procedentes del mundo en desarrollo, habiendo logrado la independencia desde que comenzaron las Naciones Unidas. En opinión de los bahá’ís esta evolución es fundamental, ya que sin esta «unidad en libertad» es imposible imaginar una sociedad mundial, un gobierno mundial o una federación mundial eventuales, ya que todos los Miembros han de compartir la misma condición de libertad y dignidad para tener igual voz en el parlamento de las naciones. `Abdu’l-Bahá nos dice que la cuarta vela — la «unidad en la religión» — es la «piedra de toque del cimiento mismo». Desde el punto de vista bahá’í un examen de las comunidades bahá’ís de todo el mundo, en más de 160 países independientes, revela el impacto que tienen sobre los seres humanos la expansión y el desarrollo de la verdad y las enseñanzas religiosas, que contienen una orientación para la humanidad en esta etapa de unificación de la raza humana. En la comunidad bahá’í a escala mundial — que une a pueblos de los más diversos orígenes — vemos la puesta en práctica gradual de esos valores, principios y leyes espirituales y morales necesarios para que cada ser humano se cambie a sí mismo trabaje con sus congéneres para crear una sociedad mundial que se ha descrito en los Escritos Bahá’ís como un «sistema en que se hace que la Fuerza sea siervo de la Justicia». En cuanto a la quinta vela de la unidad, «la unidad de las naciones», que `Abdu’l-Bahá nos asegura que se establecerá firmemente en este siglo y hará que «todos los pueblos del mundo se consideren ciudadanos de una patria común las Naciones Unidas forman parte del proceso de evolución que ha llevado a la humanidad de su forma más primitiva — la familia — a etapas cada vez más amplias de unidad, en el clan, en la tribu, en la ciudad-estado, la nación y, después de esto, el escenario de nuestros tiempos, el de la unidad mundial. Eventualmente habrá otras etapas más plenas de paz, a medida que la humanidad madura espiritualmente y aprende el arte de la cooperación y la unidad. La sexta vela — «la unidad de las razas» — ya se puede observar, también en las Naciones Unidas, donde desde el comienzo mismo la unidad racial ha representado un papel importante en fomentar la acción de las Naciones Unidas para abolir la discriminación en razón de la raza, destacando la humanidad común de todos nosotros. También puede verse en la comunidad bahá’í a escala mundial, en el que hombres y mujeres de más de 2.000 orígenes étnicos se han unido en la causa común de lograr la ‘paz mundial y una civilización mundial. Finalmente, la séptima y última vela de la unidad, «la unidad de idioma», es sumamente difícil de lograr, como podemos ver, en la actual etapa de nuestra evolución. Sin embargo, un idioma mundial, en la opinión de los bahá’ís, se inventará o escogerá entre los idiomas existentes y se enseñará en las escuelas de todas las naciones, no para reemplazar sino para ayudar a la lengua materna. Esto dará más fundamentos comunes para unificar a los pueblos del mundo. Sin embargo, hoy es muy claro que, dados los estrechos lazos existentes entre las culturas nacionales — o tribales o regionales — y el idioma que utilizan, un idioma mundial existirá sólo cuando se logre la unidad de las naciones mediante una federación mundial o un gobierno mundial. Al terminar la enumeración de estos aspectos de la unidad, `Abdu’l-Bahá nos asegura que «el poder del Reino de Dios ayudará y asistirá en su realización». Al dirigirse al segundo período extraordinario de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas dedicado al desarme, el 24 de junio de 1982, la Comunidad Internacional Bahá’í observó que no se podrían lograr la paz y la seguridad de la humanidad en tanto no se hubiera establecido plenamente la unidad. Seguimos diciendo: «Estas palabras se dirigen a nuestro tiempo. Se dirigen a la obligación doble que debe cumplir toda persona, ya sea gobernante o gobernado, si hemos de lograr el desarme mundial y la felicidad humana en un mundo en paz: en primer lugar, la responsabilidad de establecer la unidad dentro de uno mismo y entre nosotros mismos, y luego, de construir una sociedad mundial y de lograr el orden mundial y una civilización mundial.» Además, en opinión de los bahá’ís, una sociedad mundial en paz sólo puede llegar a ser una realidad si comprendemos nuestra verdadera naturaleza (espiritual) y el propósito para el que fuimos creados (conocer y adorar a Dios y llevar adelante una civilización en constante adelanto), y el concepto de la unidad se halla en el centro de esta nueva etapa en la vida de este planeta. También al dirigirnos a la Asamblea General expresamos esa idea con estas palabras: «Creemos que el principio fundamental de la unidad es la comprensión de la identidad auténtica de un ser humano. Esta parece ser la necesidad principal del mundo, lograr la unidad mediante la conciencia de nuestra auténtica realidad, y nuestra nobleza como seres humanos. Esto significa una nueva comprensión de nuestra relación con Dios. Este vínculo es ‘la fuerte cuerda que nadie puede romper’, y esta identidad de dependencia, una vez plenamente integrada, puede expresarse felizmente en un espíritu de servicio a la humanidad. La incapacidad de los poderes humanos por sí solos para resolver las cuestiones de la humanidad — dar una oportunidad a cada persona para el pleno desarrollo de su naturaleza, cualidades, talento y la plena expresión de este potencial en un mundo de paz y seguridad — está ampliamente demostrado por la historia de este siglo.» En 1981 se celebró en las Naciones Unidas un seminario sobre las «Relaciones que existen entre los derechos humanos, la paz y el desarrollo». En los serios debates que tuvieron lugar quedaron muy en claro las interrelaciones esenciales entre la paz y el desarrollo, así como con los derechos humanos. En esa ocasión la Comunidad Internacional Bahá’í ofreció el siguiente pensamiento: «Tal vez se requiera gastar tanto esfuerzo en la educación de todas las personas de este planeta, desde la edad más temprana — y desde luego centrado fuertemente en las etapas más maleables e impresionables de la existencia humana — en lo que se refiere a las medidas a largo plazo para lograr una paz duradera y para echar las bases de una sociedad en que la felicidad humana pueda florecer para todos.» La forma en que definamos la naturaleza de la persona y las potencialidades que debemos realizar para ser felices siempre determinarán, desde luego, el medio espiritual y físico que cada ser humano necesita para su pleno desarrollo. A este respecto deseamos citar simplemente un pasaje de los Escritos Bahá’ís que apareció en un folleto publicado por la Comunidad Internacional Bahá’í con ocasión del vigésimo quinto aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos: «La felicidad humana es el propósito primordial, el objetivo fundamental, de dictar leyes enérgicas y de establecer grandes principios e instituciones que se ocupen de cada aspecto de la civilización, y la felicidad humana consiste sólo en aproximarse al umbral de Dios Todopoderoso y en lograr la paz y el bienestar de cada miembro individual, cualquiera que sea su condición, de la raza humana, y las agencias supremas para lograr estos dos objetivos son las cualidades excelentes de que ha sido dotada la humanidad.» La Comunidad Internacional Bahá’í estima que la paz — así como los derechos humanos y el desarrollo, ya que están interrelacionados y son indivisibles — debe proceder, en su nivel más profundo y significativo, de una fuente: la unicidad orgánica de la raza humana. Esta convicción y esta creencia en nuestra opinión, deben subrayar el marco de la creencia y la acción de los individuos y la sociedad si hemos de procurar la realización de las metas de la Carta de las Naciones Unidas y echar las bases de la felicidad de todos los seres humanos de este planeta. En nuestra opinión, la unicidad orgánica o la unidad de la humanidad significa: «considerar a la humanidad como un solo individuo y el propio ser de uno como un miembro de esa forma corpórea, y saber con certeza que si el dolor o una lesión aflige a cualquier miembro de ese cuerpo, debe inevitablemente dar como resultado el sufrimiento de todo el resto.» Significa, además «considerar propio el bienestar de la comunidad». La Comunidad Internacional Bahá’í compartió esta opinión con las Naciones Unidas en 1978 al observar que el desarme general y completo requeriría «…que los gobiernos y los pueblos aumentaran su conciencia de la unicidad orgánica de la raza humana; que toda persona es como una célula del cuerpo de la humanidad, toda nación es un conjunto de células del cuerpo del planeta y todos viven con salud y felicidad sólo cuando el cuerpo mismo esté bien.» Al mismo tiempo, debe ponerse a esta unicidad de la raza humana junto a la comprensión de que «…la felicidad y la grandeza, el rango y la condición, el placer y la paz de un individuo nunca han consistido en su riqueza personal, sino más bien en la excelencia de su carácter, su resolución inquebrantable, la profundidad de su conocimiento y su capacidad para resolver problemas difíciles.» Como el «honor y la distinción» de una persona consisten en que sea de beneficio para la sociedad, el hecho más noble es, por lo tanto, el servicio del bien común, y la mayor bendición de cualquier ser humano es «…poder ser la causa de la educación, el desarrollo, la prosperidad y el honor de sus congéneres.» Como conclusión, la Comunidad Internacional Bahá’í desea reiterar una propuesta formulada en el Seminario anteriormente mencionado, y posteriormente en el período extraordinario de sesiones dedicado al desarme, en 1982, así como en algunos foros de derechos humanos con respecto a la erradicación de la discriminación racial. La propuesta parece incluso más pertinente en un seminario que procura formas prácticas de lograr la paz mundial. Cito de la declaración que formulamos ante la Asamblea General: «En consecuencia, la Comunidad Internacional Bahá’í desea proponer al segundo período extraordinario de sesiones de la Asamblea General dedicado al desarme un programa extenso e intensivo de educación a todos los pueblos en el principio — y la verdad — fundamental de la unicidad orgánica de la humanidad. Recomendamos que este programa educacional, con un programa de estudios universal adaptable a cada cultura, sea propiciado por los Gobiernos, utilizando las escuelas, los medios de comunicación, las empresas, la industria, de hecho, todos los medios públicos y privados, en todos los países. «Este programa de educación — basado en todos los conocimientos humanos que dan testimonio de esta unicidad de la humanidad, ya sea de la ciencia o la religión — comenzaría fomentando en todos los pueblos una comprensión y aceptación de la unicidad de la raza humana, que llevaría a una eventual aceptación de toda la rica diversidad de las culturas como elementos integrantes y unificados de una sola entidad, y el reconocimiento de la Tierra como el hogar único de la familia humana única.» En nuestra opinión, vale desde luego la pena dedicar considerable esfuerzo a un enfoque de tan largo alcance para llegar a la raíz de los problemas sociales, económicos y políticos del mundo, problemas que derivan de una condición de desunión difundida, y que seguirá sin solución — estamos convencidos — mientras no se establezca la unidad. Ya que, a medida que se logren condiciones de cooperación y unidad, reemplazarán a las fuerzas divisionistas y destructivas desatadas, consciente o inconscientemente, por individuos y gobiernos, obstáculos que impiden de manera tan costosa la realización de las aspiraciones antiguas de todos los pueblos de disfrutar del pleno desarrollo económico y social en una sociedad mundial pacífica, en que «... la enorme energía disipada y derrochada en la guerra, y sea económica o política, se dedique a fines que amplíen el alcance de la invención humana y el desarrollo técnico, al aumento de la productividad de la humanidad, a la exterminación de las enfermedades, a la ampliación de la investigación científica, a elevar el nivel de la salud física, a agudizar y perfeccionar el cerebro humano, a la exploración de los recursos no utilizados e insospechados del planeta, a la prolongación de la vida humana y al adelanto de cualquier otra agencia que pueda estimular la vida intelectual, moral y espiritual de toda la raza humana.»
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